Sobre la oposición a los productos transgenéticos

A veces es bueno empezar un comentario o una réplica por la definición de un término crucial o por su etimología; orienta el curso de una discusión lo cual facilita llegar a un resultado, a un acuerdo, a una solución. Como sabemos, el término ética viene del griego ethos, que remite a lugar. La ética podría ser entendida entonces como la sumatoria de valores o leyes de un lugar dado. Nuestro lugar común, ahora, son los límites que tenemos (si los tenemos) en cuanto a la manipulación de la naturaleza. ¿Por qué hacernos esa pregunta? Pues porque los resultados podrían ser altamente perjudiciales para el ser humano. Uno no se pregunta absolutamente nada sobre una situación en la cual hay la seguridad de que todo va a marchar bien.

En el caso de la manipulación genética, las réplicas a sus prácticas pueden tener dos orígenes: los afectados económicamente por la proliferación de la actividad transgénica en todas sus fases productivas; y en segundo lugar, el de quienes saben o intuyen graves peligros por los resultados a corto o largo plazo por la producción o consumo de los productos transgénicos.

No hay nada que decir acerca del primer grupo. Pero, fuera de los fundamentos científicos que podrían apoyar las quejas del segundo grupo, ¿qué más hay?

A mi parecer, solamente hay la intuición clara de lo que nos afecta. Es hora de buscar las respuestas en su lugar de origen. El ser humano ha pretendido sistematizar su vida y su universo partiendo de bases materiales. Pero es imposible que los proyectos materiales triunfen donde la naturaleza tiene varios niveles de existencia. Para que un sistema funcione, tiene que haber sido deducido de la estructura misma de funcionamiento de la naturaleza y del universo. Mientras no respetemos las leyes universales, mientras no nos esforcemos por conocerlas ni buscarlas en los lugares indicados (en nuestro interior), no vamos a lograr absolutamente nada bueno.

De buenas intenciones está lleno el infierno.