LA COCINA MÁGICA DE LA SACERDOTISA



La cocina ha estado ligada al sacerdocio desde los tiempos formativos de nuestra civilización. Quizá desde mucho antes, pues los dioses, la magia y la vida, coexistían en un solo cuerpo, una sola cosmovisión. No fue sino hasta la aparición de la Iglesia Católica y, posteriormente, el advenimiento del cartesianismo, que se empezaron a dividir, con el paso del tiempo, estas dimensiones sagradas en la conformación de cada sociedad. La comida se empezó a entender como una necesidad puramente física, en el peor de los casos, asociada más a un pecado capital que a un arte sagrado.

Nuestra perspectiva, heredera de la modernidad y del positivismo científico, que infructuosamente nuestra religión ha querido comulgar con la fe por temor de ser considerada retrógada, considera nuestra realidad como  casi puramente material. La promesa de la vida eterna no nos permeabiliza, no vive en nuestro entorno, está, quizá, contenida en alguno que otro milagro, incluyendo que haya aún gente que desee, por vocación, ser religiosa y casta, y en la esperanza de que nuestra vida no acaba con la muerte de nuestro cuerpo físico. ¿Eso somos? 

Retomar la magia es dejar la idea simplista de la materialidad como única explicación de todo lo que existe y rendirse a lo extraordinario: el milagro de la lactancia, de la dualidad de sexos en todo, en la perfección de la creación que supera siempre nuestra lógica cuando esta pretende basarse en un solo plano. Pero nosotros somos más. 

Nuestro mundo actual es tan lejano a nuestra esencia, que debemos comenzar el camino a nosotros mismos por lo más simple: la comida. Los alimentos son parte de lo que somos. Desde los gestos que hacemos para alimentarnos, la velocidad con la cual agitamos una mazamorra en una olla, la paciencia para saborear y escuchar. Todo eso es parte de nosotros mismos, y es una entrada a nuestro autoconocimiento, y por qué no, al conocimiento del universo, que no es puramente material, sino esencialmente mágico. Entonces, la cocina mágica debe ser aquella que busca lograr un resultado ya sea a nivel físico, emocional o psicológico; busca modificar una situación material, un estado de ánimo; es decir, posee más o menos los mismos objetivos de la magia tal cual la entendemos, y si la sabemos diferenciar de la prestidigitación. Nos dirigimos a una bruja para que nos lea el Tarot, a un curandero cuando queremos ponerle fin a una enfermedad, a una situación dolorosa, cuando queremos limpiarnos o limpiar nuestra casa de entidades negativas o de un posible daño obrado por otro hechicero. Aquí, entonces, es importante realizar una definición. La magia, ¿qué es? Esto implica que hay un significado universal para este término, un significado que va a diferir un poco de nuestro concepto personal de la magia. O quizá sea muy opuesto. De hecho, aquellas personas que no crean en aquello que no hayan visto y que no esté cien por ciento comprobado por la ciencia, lo cual es bastante ingenuo tomando en cuenta que casi nada está probado con tanto éxito, salvo las mismas leyes físicas, no van a llegar hasta aquí. Si llegaron a este blog, muy posiblemente hayan seguido de largo porque sintieron que irían a perder su tiempo. La magia es la aplicación del conocimiento profundo de las leyes universales. A partir del conocimiento mágico se puede obrar sobre el mundo de forma incomprensible para quienes no poseen esta sabiduría, porque, a diferencia de lo que normalmente entendemos por conocimiento y sabiduría, el conocimiento de las realidades primeras y últimas implica praxis, implica sabiduría, y la sabiduría no es un estado inmaterial, sino una manifestación de la suprema conciencia en el mundo. La manifestación mágica es el milagro propiamente dicho.

Mi vida relacionada con la magia debe haber comenzado en mi niñez, como, imagino, la vida de todos nosotros. La diferencia es que mantengo los recuerdos de esas épocas. Entre todas esas imágenes del pasado, recuerdo también la pulsión fuerte por lo oculto, lo que, en esta era de Acuario, quiere dejar de ser tal porque necesitamos recuperar conciencia pronto. Es por eso que el conocimiento, como la lluvia, debe llegar a todos, cubrir cada parte de la tierra, aunque quizá sean pocos los que entiendan y hagan con él lo correcto.

Mi función como sacerdotiza o maga es mi estado de unión familiar, de colaboración, de conocimiento sobre el verdadero fin que tengo como ser humano. No la realización de una vocación para ajustarme a las expectativas de éxito tal cual lo comprende esta sociedad globalizada, o quizá, la mayor parte de ella, pues, ya que las puertas del Cielo están abiertas, hay felizmente muchos que entienden el éxito tal cual debe entenderse: como realización espiritual, como el despertar de la conciencia, sin lo cual no podemos ofrecer una ayuda real a la humanidad. Es cierto: un ciego no puede ayudar a otro ciego. Quizá sí, de casualidad. Pero la única manera de ayudar es sabiendo lo que se hace, y la mayor parte de nosotros no Sabe. Pensamos que sí, pensamos que somos libres, pero hay tanto que saber de nosotros mismos y por eso mismo, para evadirnos, buscamos entretenernos. Ir de vacaciones y no pensar; tirarnos bajo el sol con el último libro de Vargas Llosa, comprarnos el último televisor o el último iPhone. Ninguna de esas cosas está mal. Es más, diría que es hasta necesario leer a Vargas Llosa (al menos, lo es para mí). Pero sí está mal que las convirtamos en fines. ¿Cuál es nuestro fin, entonces? Eso está dentro de cada uno y es una pregunta cuya respuesta no viene del exterior. Ningún curandero, bruja, tarotista ni lector de coca está en capacidad de decirme quién soy ni de decirte a ti quién eres, porque ésa es una pregunta que le toca resolver a cada quien. Cito dos grandes frases: conócete a ti mismo, y no mires la paja en el ojo ajeno sino el tronco en el ojo propio. Parece sencillo, pero de hecho es mucho más fácil construir un acelerador de hadrones que reconocer los propios errores y aniquilarlos. En eso, Platón y Jesucristo son irrefutables. Porque no hay mayor sacrificio para la humanidad que matar, no al Yo, sino a las pasiones que entorpecen su libertad.

Mi estado de sacerdotisa, entonces, empieza también con la era de la cocina mágica pues fue gracias a ella que conocí a mi querido profesor y amigo, Julio Durand, quien me acercó a los libros adecuados y a la técnica para autoconocerme. No, aún no he despertado conciencia. Quiera Dios que no falte mucho, por el bien de todos. Pero poseo un conocimiento precioso que he ido comprobando en la práctica y que debo compartir.

Quiero citar a mi gran amigo Iván Thays quien hace unos días me habló de Krishnamurti. Me dijo que seguramente yo era su gran lectora, pero yo le contesté con toda sinceridad que solo sabía de él por algunas menciones, como la que hace poco leí en una entrevista a Deepak Chopra quien afirmaba haber cambiado su vida durante un discurso de Krishnamurti. Iván entonces me contó quién había sido, y que en su primer tan esperado discurso soltó un célebre: no tengo nada que decirles. Y más tarde explicaría que la relación gurú discípulo es contradictoria (no con esas palabras, solo recuerdo el sentido de lo que Iván quería decir) puesto que nadie que Sepa puede aceptar de discípulo a alguien que necesite conocimiento y quiera encontrarlo fuera de sí. Suena bastante lógico.

Después de la última anécdota, la pregunta adecuada sería, ¿qué pretendo yo con la cocina mágica? Es bastante sencillo. Pretendo que cada quien experimente en su vida cambios que quizá todavía no puedan ser explicados por la ciencia (o sí, pero aún mantienen el secreto) o que serán achacados a la sugestión o a la probabilística. Pero cada quién sabrá en su corazón si la magia funciona o no.

Es preciso hacer una división de conceptos entre magia y hechicería. La magia puede ser conocida como magia blanca, y la hechicería, como magia negra. El gran mago del siglo XIX Eliphas Lévy fue muy exacto al decir que “el mago dispone de una fuerza que conoce; el hechicero se esfuerza por abusar de lo que ignora”. Esto resume dos verdades: la búsqueda del conocimiento es la única vía posible para realizar el Bien mayor; y la ignorancia de las Leyes Superiores es la causa del mal. Podríamos argüir que un buen corazón es incapaz de realizar el mal. De alguna manera, eso es cierto. Pero, ¿cuántas veces no hemos obrado pensando que hacíamos un bien y los resultados han sido catastróficos? El mundo, tal cual está, es una manifestación de nuestro interior: mucho potencial y mucha belleza sumida en la violencia, el caos y la superficialidad. Como es adentro es afuera. Modifiquemos nuestro interior y el mundo cambiará pues nuestras acciones cambiarán. Veamos hacia adentro. La magia blanca, entonces, la magia en sí, implica Conocimiento. La hechicería o magia negra, implica ignorancia, por un lado, y la intención de obrar sobre el libre albedrío ajeno. Por ejemplo: un mago blanco jamás hará trabajos de “amarres”. Tratar de hacer que alguien se enamore de mí por la intervención de las artes de un tercero es la maldad en sí misma. Pagarle a alguien para que a mi adversario le vaya mal en su negocio o que le dé una enfermedad es tan malo (en efecto, tan malo) como contratar a un sicario para asesinarlo. La magia blanca está referida al autoconocimiento, a la sanación de enfermedades, al arreglo de negocios, a la optimización de la vida en el mejor de los sentidos. Y cada uno de nosotros está llamado a ser su propio mago. Solo debemos tener el conocimiento adecuado. Dejar de pegarnos al acontecer externo (está bien recibir noticias; perder el tiempo hablando de ellas sin hacer nada por cambiar el mundo es eso mismo, solo una pérdida de tiempo) y enfocarnos en nuestros procesos internos, en estar en paz, en sonreír, en actuar desinteresadamente pase lo que pase. Sepamos cuáles son los ingredientes para ser mejores seres humanos y mezclémoslos como debe ser.

Nos deseo un buen apetito, una buena comida y una vida despierta.


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