Sobre el aprendizaje, la sanación y las plantas maestras

Mi amiga Engel Foxx es originaria de Noruega, pero vive en nuestra amazonía hace ya un tiempo considerable. Además de filmar documentales sobre la situación social terrible de los nativos ante las injusticias cometidas por el gobierno (las injusticias pueden ser pecados por omisión, también), la policía y las autoridades en favor de las empresas madereras, mineras y petrolíferas, se dedica a aprender de los chamanes las distintas maneras de utilizar plantas para distintos fines. En parte, su vida también consiste en ponerse en contacto, mediante el péndulo, con hierbas y flores. Así obtiene información sobre su utilidad. Una vez que ya conoce más a fondo la planta, la procesa y extrae de ella un jugo. Luego la mezcla según se requiera, con otras. El resultado viene en forma de jarabes o pociones para cada requerimiento personal.
A ella la conocí en mi taller de danza aérea. Siempre digo que a mi taller llega quien tiene que llegar. Ella pensaba que estaba llegando a aprender una nueva disciplina, una forma distinta de conectarse con su cuerpo, pero de hecho llegó para algo más. Llegó para que yo aprendiera. Y claro, también algo le debo de haber enseñado, pues estaba tan agradecida que me hizo una poción especial antes de regresar a Iquitos.
El péndulo en realción con las flores había arrojado un singular diagnóstico sobre mis necesidades. Según me explicó Engel, yo requería de un preparado para nivelar mi energía como madre (por lo visto, la planta sabía que tengo algunos conflictos para conciliar mi trabajo como artista y los deberes para con mis hijos). Lo más curioso, sin embargo, ocurrió cuando le dijeron que necesitaba protección contra espíritus maléficos.
Estaba en lo cierto.
Sin embargo, tengo mis dudas con respecto del consumo de pociones; dudas referidas a mí misma. A otras personas les diría, vamos, confíen en Engel, o en la homeopatía, o en la acupuntura o en el Reiki, incluso en el paracetamol (del cual hacía uso seguido al principio de mi actividad acrobática) y de lo que se requiera para sanar dolencias: psicoanálisis, cirugía, masajes, quiropraxis, etcétera.
Todo tratamiento incluye, o debería incluir, un cambio en la actitud hacia la vida, el cual empieza con el modo de cocinar (el temperamento con el que cocino, lo que pienso cuando cocino), lo que se cocina (ingredientes necesarios para cada tipo de persona), y además un cambio de hábitos según sean las situaciones. Y eso vale tanto para el Tao como para la medicina occidental. Al menos vale para los médicos que valen.
Otra amiga europea, H.X. (pidió que omitiera su nombre), me contó que hace años ella tuvo una experiencia con los llamados hongos mágicos. Según su versión, así como las versiones de otras amigas (curioso ahora que lo noto, todas fueron mujeres), lo que se vive mientras se está bajo los efectos del hongo es una sensación de sintonía total con la naturaleza, y de gran amor por todos y por todo. Una experiencia que hace ver el mundo desde una perspectiva completamente positiva. Lo que me dijo Hiske, para completar su relato, fue que hacia el final de la experiencia, recibió un mensaje del hongo: ya no lo vuelvas hacer. Al menos no todavía.
Varios años después, otra amiga mía me dijo algo que no me sonó para nada extraño: la cannabis sativa, la marihuana, es una planta maestra.
Con aquella frase en mente compré, por primera y única vez, cien gramos de marihuana. No sabía muy bien qué hacer con ella, dado que nunca hubo una sola oportunidad en la que, como resultado de una sola pitada, no sufriera de sueño, de ataques de pánico, de más sueño, de ataques de risa, de claustrofobia y de muchísimo más sueño. Seguramente es muy buena para tratar el insomnio de aquellos que no están deprimidos.
Hasta que en algún momento tuve una respuesta: si era una planta maestra, tendría que tratarla como tal, como se trata al peyote, a la ayahuasca, pidiendo permiso, pidiendo el favor de que conceda su sabiduría.
Luego de algunas semanas o quizá un par de meses de haberla comprado, una noche supe que era el momento de hacerlo. Realicé unos pases de Reiki, y con todo el respeto me dirigí a la planta y le pedí su sabiduría.
Ese día temprano me había ido a visitar a mi amiga Alejandra Brun, quien por entonces vivía en un departamento con terraza en Miraflores. En esa terraza, como me solía suceder de vez en cuando, me dio frío y sentí que los pulmones se me llenaban de flema.
Ya habiendo pactado con la planta, di un número cabalístico impar de pitadas a la pipa (¡pudieron haber sido cinco o siete!) y me recosté.
De inmediato, lo primero que sentí fue un torrente de luz que venía directamente sobre mi aparato respiratorio y lo dejaba limpio por completo. Esa luz me dejó los pulmones libres de toda flema, y mis senos nasales totalmente despejados de la mucosidad que suelo tener. Jamás he respirado tan bien en toda mi vida como aquella vez.
Luego bajó a mis órganos sexuales, debe haber tratado lo que había que tratar, y se dirigió finalmente a mi cerebro, en donde la luz pareció volverse loca. Supe que ahí tuvo problemas. En ese momento empecé a tener visiones.
Entre otras cosas, vi mi futuro. Vi cosas que aún no habían pasado, pero que pronto sucedieron como para sellar la certeza de que lo que había vivido no fue una alucinación.
Puedo contar a grandes trazos que yo sentía mi cuerpo astral y percibía con él; escuchaba conversaciones de las casas cercanas y me encontraba en total estado de alerta y calma. Esa sensación me duró exactamente veinticuatro horas.
Al final del viaje, al igual que a mi amiga Hiske, la planta me habló: ya sabes qué hacer. Ya sabes cómo es, ahora, ¡házlo! Ya no me necesitas.
Lo que supuestamente yo sabía era mi deber de desarrollarme de tal manera que estuviera en posición de no necesitar nada. Tenía que ser un ser en total calma, en total armonía con el universo, alerta y lleno de Luz. Un ser que se guía por la disciplina y por una recta voluntad. Para ver en mi interior no necesitaba una planta maestra otra vez. Su función ya había sido cumplida. Ya había yo corroborado mi camino. Solamente tenía que trabajar. Por supuesto no lo hice, al menos, no de inmediato. Y cuando quise repetir la experiencia, contraviniendo la orden, evidentemente, no fue lo mismo.
Han pasado varios años desde aquella vez. En mí tengo la certeza de que, así como he renunciado a la mayor parte de recetas médicas, también debo renunciar a la aplicación en mí de la medicina natural. ¿Por qué? Porque cada uno es su propio maestro. Porque mi deber es autoconocerme y ser mejor. Mi deber es sanarme y ser independiente. Ser libre.
Uno puede y debe elegir, por el libre albedrío que lo caracteriza y define como ser humano, los pasos que toma a cada momento de su existencia. Una mujer es libre de dar a luz sin epidural en el agua, si eso la tranquiliza, si eso va con su manera de ser, o de hacerlo en una clínica totalmente monitoreada, pues lo que cuenta es la tranquilidad y la consecuencia.
En verdad: apliquemos el libre albedrío. ¿Quién soy yo para juzgar las decisiones de cada quien sobre los métodos a utilizar para curarse?
Sin embargo, lo que aprendí hasta este momento es del todo cierto en mi vida: yo misma me curo. Yo leo en mis males los síntomas débiles de mi interior. Cuando los males desaparecen, puedo estar casi segura de que he progresado o incluso eliminado aquello que no me dejaba avanzar en mi desarrollo espiritual.
Tengo a mi costado el frasco con la poción que me regaló la preciosa Engel. Solamente lo quería beber como un gesto de agradecimiento. Pero sé que lo que tengo que ejercer para mejorar ambas situaciones es mi sabiduría, mi voluntad. No necesito la poción.

Comentarios

ROZ ha dicho que…
Lindos tus relatos, gracias por compartir con todos tus vivencias y perspectivas. Hoy te conoci y note tu calor humano, en el taller d acrofilia me abrieron una puerta al cielo, besos.
Rosy

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