La función mágica de "El Perfume"

Creo que siempre llegó a mí la versión traducida por Pilar Giralt Gorina y editada por Seix Barral de esta gran obra del alemán Patrick Süskind. No voy a remitirme a entrevistas pasadas pues Süskind dio muy pocas, mucho menos a comentarios de críticos. Pretendo basarme en mis recuerdos más que nada, por lo que ellos y dicha edición serán mis únicas fuentes.
Mi fascinación por el libro empezó por su aparente discurso sobre una realidad dominada por las reacciones químicas. Toda esta idea fascinante porque pretende ver al ser humano como autónomo de dioses, quien sin embargo está sujeto a los rigores absolutos de las leyes naturales, la que no deja de tener un sabor a fe en el positivismo, un aroma de discurso bergsoniano y visiblemente materialista, se presenta bien ilustrada en el personaje de Jean Baptiste Grenouille y su relación con los seres humanos. 
La realidad circundante es apestosa. Todo es hediondo como marco de una vida sin sentido, una vida que todo lo huele pero la cual no emana ningún tipo de olor. Su carencia de feromonas es la causa de ser repelido por los demás. Les molestaba su presencia, simplemente. No podían percibir su olor. Le tenían miedo. Solamente lo acepta y lo protege una señora dedicada a recoger niños abandonados, pero lo hace porque ella misma perdió el olfato.
Madame Gaillard, la sin olfato, vive una existencia meticulosamente ordenada y organizada en torno al ahorro, con el único fin de evitar a toda costa una muerte indigna, una muerte insignificante al lado de cientos de moribundos más en cualquier hospicio. Ahorró todo lo que pudo, lo suficiente como para morir decentemente en lo que hoy sería una clínica particular cuatro estrellas, como la San Pablo, ¿no? Pero, y aquí viene lo triste (o lo chistoso): la Revolución Francesa la expropió. Murió, la pobre señora Gaillard, como había temido morir toda su vida. Y la arrojaron a una fosa común.
Volviendo a Grenouille, él, con su olfato implacable y meticuloso, algo mal descrito para los que tenemos buen olfato, pero, en fin, no todos los personajes tienen que adecuarse a una perspectiva determinada, ya había logrado hacerse de un trabajo en el que aprendió a confeccionar perfumes, que le proveía de los conocimientos necesarios para prepararse un olor parecido al del resto de seres humanos, una poción para ser aceptado. Y la poción funciona. El problema es que no solamente quiere ser aceptado, sino que, fundamentalmente, este tipo catalogado por el narrador de la novela como un demonio, como un ser cuyo primer acto de supervivencia fue emanado de su ser por un sentimiento conciso y vegetativo de maldad pura, quiere ser amado. Para eso necesita realizar un elixir adecuado, nacido de la grasa corporal de las mujeres más adorables y virginales con las cuales se hubiese podido alguien topar, y para mala suerte de ellas, un preparado para el cual tendrían que donar, contra su voluntad, contra la voluntad del sentido común, su propio cuerpo, su pequeña vida en este planeta.
El demonio del olfato lo consigue. El vacío se hace perceptible en su interior, va creciendo dentro de sí algo parecido al dolor, y cuando está a punto de ser colgado, ajusticiado por el crimen de aquella mujer que le procuró la fragancia perfecta, echa sobre sí una única gota de aquella magia enfrascada, y las orgías comienzan a darse a su alrededor. Sin embargo, el padre de la muchacha, enfundado en una capa negra, seguramente por el luto (según cuenta mi memoria), desciende como si lo hiciera Batman desde su palco en el ayuntamiento, haciéndose camino entre las multitudes esclavizadas ante el fuego del amor químico, con tal fuerza, que el asesino de muchachas se llena de esperanza al sentir que finalmente será muerto, que alguien le quitará el peso de una existencia totalmente vacua, que alguien finalmente actuará siguiendo los rigores de su voluntad, no a la sustancia absurda del perfume. El demonio tenía fe en la libre voluntad ajena triunfando sobre el sometimiento a las pasiones carnales. El demonio tenía fe en la redención mediante la presencia divina en una acción humana. Lo que sea. Tenía fe.
Pero todos sabemos que no, no fue así. Süskind, brillantemente, hace que el vengador potencial abrace paternalmente al psicópata que secuestró, mató y utilizó a su hija como si fuera cualquier chancho. Lo abraza, lo llena de amor.
Grenouille huye, ya no sabe hacer otra cosa, llega a París, hacia donde hay un recoveco de delincuentes de lo peor, y, si no han leído el libro, por favor, no sigan, porque estoy a punto de contar el final, y no es bueno hacer eso; no. Continúo, entonces. Llega hacia los rufianes, se cuela entre ellos sin que noten su presencia, y empieza a vaciar el frasco de perfume sobre él. La exitación pasional, el amor sentido por estos seres bajos era tan intenso, que tuvieron que comérselo. Pero no, no sintieron ningún remordimiento, porque lo habían hecho por amor.
Así termina uno de los mejores libros del siglo pasado. Pero acá comienzo a explicar esta hipótesis sugerida en el título, de que El Perfume tiene, efectivamente, una función mágica.
No sé si fue la intención del autor tratar este tema, aunque a mí me lo parezca. Escribir sobre la fatalidad de una realidad que se presenta como meramente física podría indicar dos cosas: el desaliento ante un mundo que siempre va a ser violento y carente de sentido; o bien, todo lo contrario. Que existe una realidad superior a la materialidad en la que nos encontramos viviendo; que esa realidad está regida por nuestras acciones, que nuestras acciones son las causas de cuyos efectos somos víctimas si es que no actuamos con sabiduría. No es Dios el que nos castiga por ser malos muchachos. Somos nosotros quienes nos condenamos perpetuamente.
En El Perfume, el hito que me permite llegar a esta conclusión no es otro sino el pasaje que mencioné al principio. Aquella señora sin olfato es la representación de la humanidad entera que labra su tumba al actuar guiada únicamente por el temor, al accionar sobre las mismas bases a partir de las cuales actuaría cualquier animal. En ese sentido, la señora Gaillard tiene una muerte indigna, propia de cualquier cuadrúpedo, un final para el cual trabajó toda su vida sin saberlo, pues lo que quería era todo lo contrario. No actuó con valor.
El hecho de esa muerte acaecida de la manera más odiada para ella, no es gratuito, no es una mera anécdota graciosa de esas que uno podría encontrar en una película actual para que el guión funcione mejor. Esta idea abre el libro, y se corona con el final: la concepción de la fe. La necesidad de amor.
El amor que requería Grenouille, según la estructura interna del libro, es un amor químico. Es incapaz de amar, pero en todo caso, ¿no debería ser la Gaillard quien no ame debido a que no percibe las feromonas? ¿No debería ser ella la psicópata asesina?
Una idea. Una hipótesis. Fe en que El Perfume es en realidad un llamado a la búsqueda de una realidad superior, una denuncia que dice que no, que la vida no es solamente un hecho químico. Sí, sí es eso, pero en una dimensión mayor, más poderosa. Algo que leo y que no está escrito. La perfección de toda obra maestra.
FIN

NOTA: Jamás llegaré a convencer a nadie solamente por deducción. Todo es cuestión de fe. ¿Verdad, Jean Babtiste?

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