Guía infalible para llegar al peso ideal

Cuando trabajaba en promoción institucional me encargaba de organizar exposiciones y conferencias para la universidad, y aunque yo no veía ciertos arreglos directamente, tenía contacto ocasional con algunos proveedores, como con la chica que realizaba los deliciosos bufets.

En una ocasión, con motivo de agazajar a los proveedores que habían colaborado con nosotros ese año pues fue excelente, se realizó una cena. Desde luego, la chica de los bufets fue quien se encargó del  sushi y los makis, y se sentó a mi lado.

Yo tengo una particularidad: no me fijo en los detalles físicos de las personas. Para mí, el físico es el sello que me permite reconocer visualmente a una persona de otra, a menos claro, que quiera que la diagnostique. No me di cuenta, por ejemplo, de que mi ex tenía una línea en la nariz producto de un accidente (en realidad no es nada obvio) sino hasta que él mismo me lo dijo. El asunto es que la chica del bufet y yo empezamos a tomar algo de vino, nos caímos bien, entramos en confianza y me contó la historia de cómo había llegado a pesar más de 130 kilos. Su esposo la había abandonado, por lo que ella y su hija se vieron despojadas tanto de cariño como de sustento económico de un momento al otro. Entonces tuvo que vérselas de distintas maneras, hasta que logró surgir realizando los bufets. Mientras tanto, se sentía muy ansiosa y comía demasiado. Hizo varias dietas que funcionaban al principio, pero después de cada una recuperaba el peso perdido y subía aún más.

Obviamente, en el momento que sentí oportuno, le di un diagnóstico de su situación: en relaidad no comes por ansiedad, sino que quieres estar gorda porque sientes que no te mereces que un hombre te ame como mujer, que te sostenga ni que sea un padre para tu hija. Lo que tienes que hacer es recuperar esa fe en ti, reconstruir tu interior y eliminar esas ideas derrotistas.

Luego del diagnóstico, vino la sugerencia: las afirmaciones. Debía realizarlas cada quince minutos a diario, repetirlas tres veces cada vez con el absoluto convencimiento de que lo que decía era verdadero totalmtente, y por el tiempo que fuese necesario. Meses o años. En esas frases debía estar contenida la certeza de su valor indiscutible como mujer y de su poderoso encanto. La afirmación debía ser algo así como: me amo, soy valiosa, soy regia, soy flaca, soy saludable y muy fuerte.

Al poco tiempo de la reunión, renuncié a ese empleo y no volví a ver a la chica del bufet. Luego de un par de años, regresé a mi antiguo centro de trabajo pero esa vez a realizar una performance aérea. Era un aniversario, si no me falla la memoria, con los bocaditos y el vino que solían servir cuando ese lugar tan querido había sido como mi segunda casa. Y la recordé. Me pregunté qué sería de la chica del bufet. Estaba con ese preciso pensamiento en mente cuando una mujer me llamaba a un par de metros de distancia. La vi y sentí algo de vergüenza porque ella me había nombrado de una manera muy familiar y yo, aunque estaba casi segura de que la había visto en algún lado, no podía recordar ni dónde ni quién era. Pero es fácil deducir que era la chica del bufet, unos 60 kilos menos pesada. Seguramente seguía bajando de peso porque la ropa que tenía puesta le quedaba bastante holgada.

Me dijo, Úrsula, soy X, ¿me recuerdas? Yo la abracé con mucho cariño, feliz, pero antes de que yo pudiese decir nada ella me confió que había bajado de peso por las afirmaciones. Y funcionó perfectamente.

Pero claro. Esa alegría que sentí cuando me llamó no era solamente la alegría de saber que había logrado perder el peso de más, sino que se había recuperado a sí misma, y su alegría se manifestaba claramente y era contagiosa.

El peso ideal es ese que es producto de la seguridad, de la paz interna y de la fe en uno mismo, y en que todo va a estar bien y vale la pena.

¡Gracias, chica del bufet! Yo di una fórmula que cualquiera repite como un loro. Tú hiciste el milagro.

Comentarios

Entradas populares