EL CRUDIVEGANISMO AYUDA AL PLANETA
Hace muy poco tiempo me convertí al crudiveganismo. No lo hice de un
momento a otro, y aún no lo soy al cien por ciento. De vez en cuando voy a comer algo cocido como un buen choclo, y seguramente un poco de queso orgánico o huevos. En mi existencia como Úrsula, este punto debe ser la continuación
de un camino lleno de cambios a conciencia: me hice vegetariana en gran medida
porque no quería formar parte del círculo de acción que produce tanto dolor en
un ser viviente a la hora de su muerte, que debe ser una hora sagrada, en
especial para todo animal superior, y no sabía, en aquel invierno de 1992, si
eso sería o no conveniente para mi salud. Eso estaba fuera de mis
preocupaciones. Sin embargo, seguí consumiendo leche evaporada, pasteurizada y
homogeneizada por mucho tiempo, sin saber que con eso también formaba parte del
círculo que no respeta la dignidad de vida de un animal para aprovecharse de él,
como si fuese (fuésemos) parásitos. Eso es. No es nueva la idea de que nos
comportamos como parásitos de nuestro propio planeta. Pero bueno, hay que
buscar la manera, mejor para cada quien, y más honesta, de ser simbióticos.
Luego de muchos cambios dentro de mi dieta lacto-ovo-vegetariana, durante
la cual tuve algunos periodos en los que comí pescado, como cuando estuve
embarazada de mi hijo mayor, o cuando sentía mucha necesidad de proteína en una
época en la que entrenaba demasiado y dormía demasiado poco, y de varias
adaptaciones de mi modo de vida al modo de vida de la sociedad, como montar
bicicleta en autopistas o calles no aptas para ello, no en veredas pues están
hechas para los peatones, vi que había llegado el momento. Y por primera vez lo
hice por razones de salud. Sin embargo, lo chistoso fue que, nunca me había entregado por completo al vegetarianismo
por temor a no consumir todo lo que necesitaba. Al contrario, veo que
los vegetales contienen todo lo que necesito y evitan que me enferme. No es el
punto ahora.
El punto es que ya no utilizo detergente y, aleluya, casi no utilizo
combustibles para la cocción de mis alimentos. Sé que, con el tiempo, volveré a
ello, es decir, a cocinar un poco más, pero también sé que optaré por, quizá, utilizar energía eólica o solar. Lástima
que en el Perú se utilice cada vez menos la hidroeléctrica.
Al mundo le conviene que seamos crudiveganos. El vegetarianismo en sí mismo
ya colabora con un hecho muy importante: contribuye a evitar la violencia contra
los animales, esa provocada para darles muerte en las industrias de la carne y
de las pieles. Muchas personas no son conscientes del excesivo dolor que sufre
un toro durante el proceso que lo lleva desde el pasillo del camal donde
recibe, en el mejor de los casos, un shock eléctrico en el cerebelo para
inactivar sus músculos y que no se resista a los cortes que le hacen, mientras
va sintiendo su propio desmembramiento sin defenderse, hasta que se desangra por
completo. En una corrida de toros, la situación es, desde lejos, mucho menos
injusta. Por eso siempre pido a quienes se oponen a las corridas que sean en
verdad consecuentes; está perfecto que eviten formar parte de esa patraña
social que hace mucho dejó de ser un arte sagrado (pues era una alegoría del
hombre contra sus pasiones), pero la mejor manera de contribuir con la calidad
de vida del ganado vacuno es no comérselo. Dejemos de lado a quienes, siendo carnívoros,
ofrecen una mejor vida y muerte a los animales que crían y consumen. A mi
parecer, esa sí es una decisión sabia para alguien que quiere ser un omnívoro consciente.
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